Prosa traducida
A lo largo de la primera mitad de este libro, podríamos creer que su autora trata de examinar los mecanismos que intervienen en la consecución de un logro; que, como muchos escritores de hoy, se siente atraída por ese fenómeno de un individuo fuerte que doma la vida, la complicidad secreta y la alianza entre el destino, no humano, y la inteligencia o la voluntad de un hombre: en una palabra, la filosofía y la mística del éxito. *Nos encontramos ante una narración que habla de la mujer nueva. No se trata, ciertamente, de ahora mismo cuando se sabe de ella, cuando se proclama su llegada, cuando percibimos las formas de su existencia. La literatura de los últimos cuarenta años se ha inclinado con una tierna solicitud sobre el alambique donde ella se constituye, con la efervescencia de todas las innovaciones de la época. Se ha querido acelerar artificialmente su llegada, se la ha sacado antes de tiempo del alambique para sostener tesis e ideologías; y lo que se ha hecho vivir y moverse son sólo abstracciones. Ange Seidler ha escogido otro camino: el de la inducción y la observación. Según ella, la mujer nueva ya existe, y lucha entre nosotros; para verla, basta con mirar con comprensión y simpatía. Existe –no como un fenómeno excepcional–, en lo más alto de la intelectualidad, y por todas partes en torno a nosotros, sobre el pavimento de las grandes metrópolis, donde se apresura –vestida con la barata elegancia de las empleadas de los grandes almacenes, de las oficinas, de las fábricas– con un paso joven y vivo. En millones de ejemplares esta criatura desconocida combate sin énfasis ni gran demostración por una forma nueva de la vida y la dignidad humana. Aún no es totalmente consciente de sí misma, pero tiene el valor de fiarse de sus instintos, de prestar atención a su naturaleza profunda; quiere pertenecerse a sí misma y autodefinirse. Elisabeth Lenard no es un simple maniquí construido para ilustrar las tesis de la autora. Ange Seidler la enseña a través de mil detalles concretos, forma ante nuestros ojos su imagen con mil reacciones y comportamientos imprevisibles, que ninguna línea trazada de antemano parece unificar. *Ivo Andrič es el escritor faro de la Bosnia actual. Al leer esta selección de relatos en la cuidadosa traducción de Maria Znatowicz–Szczepańska, nos formamos la más alta idea de la envergadura literaria y del talento de este escritor. Las comparaciones más halagadoras acuden a la memoria, y, sin embargo, las mismas no agotan el fenómeno literario que representa.
Consagrados a los boyardos, a los jenízaros y monjes bosnios de los siglos XVII y XVIII, estos relatos están inspirados en un pasado histórico, pero no sólo se reducen a eso. ¡Qué lejos estamos de la típica novela histórica: telón de fondo erudito, con un primer plano de fabulación a partir de una psicología estereotipada! Ninguna curiosidad folclórica, ninguna coquetería de exotismo ni de color local. El historicismo se ha diluido aquí en la esencia humana de los personajes, la distancia temporal perfectamente reducida por la poderosa actualidad de la acción. La Historia se presenta en estos relatos bajo forma intramolecular, químicamente unida, de manera que tenemos el sentimiento de leer los fastos de los cronistas del tiempo. Ivo Andrič renuncia a la fácil superioridad que ofrece la distancia histórica, que permite relativizar y suavizar lo trágico de la misma, adoptando hacia el pasado una actitud de ironía. El clima que domina, intensamente, en estos relatos es el de una actualidad amenazadora, inédita y sin salida previsible. El pasado le atrae como clima espiritual, donde los caracteres maduran de una manera más completa y trágica. Lo que le interesa son los seres profundamente prisioneros de su carne, de su sangre, encerrados en la trampa de su personalidad en el momento de confrontación trágica con su destino. Este extraordinario poeta–narrador trabaja con una clarividencia y una intuición asombrosas con los materiales de las naturalezas primitivas más intensas, de poderosa animalidad, que nos muestra habitualmente en los momentos de flaqueza, en su desatino, en la ceguera trágica de una individualidad muy limitada.
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