La mitificación de la realidad Lo esencial de la realidad es el sentido. Lo que no tiene sentido no es real para nosotros. Cada fragmento de la realidad vive en la medida que participa de un sentido universal. Las antiguas cosmogonías expresaban esto con la sentencia: «En el principio fue el Verbo». Lo que no es nombrado no existe para nosotros. Nombrar una cosa equivale a englobarla en un sentido universal. Una palaba aislada, pieza de mosaico, es un producto reciente, resultado –ya– de la técnica. La palabra primitiva era divagación girando en torno al sentido de la luz, era un gran todo universal. En su acepción corriente, hoy la palabra es sólo un fragmento, un rudimento de una antigua, omnímoda e integral mitología. De ahí esa tendencia en ella a regenerarse, a retoñar, a completarse para regresar a su sentido entero. La vida de la palabra consiste en que tiende hacia miles de combinaciones, como los trozos del cuerpo descuartizado de la serpiente legendaria que se buscan en las tinieblas. Ese organismo complejo ha sido desgarrado en sílabas, en sonidos, en discursos cotidianos; utilizado bajo esa forma nueva, en su sentido práctico, se ha convertido en un instrumento de comunicación. La vida de la palabra –y su desarrollo– fue desplazada hacia un camino utilitario, y se vio sometida a las normas de la vida práctica. Sin embargo, cuando las exigencias de la práctica se relajan, cuando la palabra liberada de esa presión se abandona a sí misma y vuelve a sus propias leyes, se produce en ella una regresión; tiende entonces a completarse, a encontrar sus antiguos lazos, su sentido; y esa tendencia de la palabra hacia su matriz, su añoranza del remoto origen, nosotros la llamamos poesía. |