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Un nuevo libro de Kuncewiczowa


No sé por qué se impone el pensamiento de que este libro fascinante ha nacido como de un aura de sueños, de reflexiones, de búsquedas en torno a una vieja y amarillecida foto de familia. Desde el fondo de este libro nos miran obstinadamente los ojos de una tía apenas conocida en vida, rodeada por la sombra de una leyenda, o de maledicencias, y que extrañamente nos incitan a descubrirlas, a penetrar el enigma de un destino, el sentido misterioso de una vida cuyo último perfume, imperceptible, exhala esa mirada.

Nos encontramos con el retrato de una mujer mala, de una bruja, de una arpía que envenena su entorno a través del fermento de cólera e histeria que emana de su ser. Al dibujar sus escandalosos caprichos y todo su arsenal de maldades, la autora alcanza una magnífica objetividad. En ocasiones, no estamos ya seguros de si su autora no habrá tenido la intención de bosquejar una sátira. No nos ahorra ningún rasgo negativo, no retoca, no embellece nada; se compromete voluntariamente en ese juego, arriesgado cuando se trata de una heroína de novela: se desinteresa de la simpatía del lector, no cuenta con su aprobación, con la solidaridad humana. La autora nos propone otra cosa, quiere que veamos más. Crea ante nosotros un tipo de arpía superior, una síntesis de bruja y musa; pues Róża es al mismo tiempo una gran individualidad, que no entra en la estampa cotidiana, en los límites trazados por su medio. La fuerza que emana de ella engrandece la vida en torno, la abraza con un fuego de extraña intensidad, que la hace exuberante, ardiente y bella. En su proximidad la vida alcanza un grado superior, las personas se superan a sí mismas, trascienden sus posibilidades. La habita una pasión por la grandeza que arrastra y transforma todo lo que está cerca de ella. El germen, en apariencia destructor, de la irritación y el descontento, de la excitación y la fiebre, se revela creador, adquiere un aspecto nuevo, en tanto que lucha declarada contra la mezquindad y simpleza de los hombres y sus cosas. Róża se ahoga en una vida demasiado estrecha y su maldad es una reacción, una protesta contra esa estrechez; pero, al vengarse de la mezquindad de la vida, sintiéndose una fuerza destructora, devastadora, nunca es capaz de una verdadera, de una completa destrucción. No puede actuar contra la ley superior de su naturaleza, contra su misma esencia, que es creadora y positiva. El sufrimiento se abate solamente sobre ella; su medio se engrandece con su fuerza. No se trata aquí del cliché banal: cáscara rugosa pero corazón de oro. No, Róża es verdaderamente mala. Incluso podríamos considerar esa pasión por excitar al entorno, por elevarlo a un grado superior, como un simple pretexto para los tormentos e incordios. Sin embargo, la dialéctica de Kuncewiczowa deja abierta esa pregunta, lo mismo que muestra, con una cierta perfidia, la delicada ambigüedad de parecidos problemas. Posee el don de revelar la extraña casuística de la vida. Bajo su mano los problemas se agravan hasta la paradoja, los esquemas preestablecidos se aflojan y degeneran, y manifiestan una tendencia a transformarse en su antítesis. ¿Qué es la maldad? ¿Cuál es su papel en el cómputo de las fuerzas humanas? ¿No puede la maldad ser bondad, y la bondad maldad?

La obra está minada con esta problemática, socavada por una urdimbre subterránea de preguntas. Un retrato tan magnífico de mujer mala, enriquecido por ese cabal conocimiento de las cosas humanas, que recorre distintos niveles hasta llegar al fondo irrevocable de las cosas, aún no lo habíamos visto en nuestra literatura. Kuncewiczowa conoce todos los caminos secretos, los senderos y parajes sinuosos de la maldad; todos sus arrebatos y manifestaciones, la perfidia pobre y forzada de un carácter desdichado que se encierra en sí mismo, son observadas y ofrecidas con una maestría inigualable. La parte de la novela que se apoya en la observación y la intuición psicológica directa es verdaderamente excelente. Pero un espíritu dotado de tal pasión especulativa como es Kuncewiczowa no podía contentarse con esa dimensión puramente descriptiva, aunque la obra haya podido, quién sabe, ganar con eso en concisión y densidad. Pero la autora ha intentado más. Ha querido que el diagnóstico psicológico de un “caso” se transforme, imperceptiblemente, en una interpretación filosófica llevada casi al límite, tocando lo irrevocable. La rehabilitación de una arpía está concebida de la manera más interesante. Hay que felicitar a la autora, pues sin pretensiones de ser impecable, no carece de atractivo. Ha evitado el optimismo fácil y la simplificación, que amenazaban aquí. Róża, incluso después de esta beatificación, continúa siendo un ser vanidoso y enigmático, y, en el fondo, malo. La fuerza elemental que late en ella permanece impenetrable y enigmática hasta el fin. Kuncewiczowa sabe que las cuestiones de la vida no se resuelven de manera pura, esquemática, que quedan siempre aproximaciones, fisuras donde se alojan nuevos problemas. Esta rehabilitación es probablemente una capa secundaria de la novela, un producto de la reflexión sobre el fenómeno que constituye Róża. Sin embargo, está muy artísticamente incorporada a la novela en tanto que especie de fábula con valor general, que asedia el libro de principio a fin, y sobrepasa con sus emanaciones el tronco principal de la novela en sus articulaciones esenciales, en su acción, constituida por la historia del último día de la vida de Róża. En ese último día, la autora ha hecho entrar a la fuerza toda la biografía de una mujer, y es a esa altura de la obra cuando se hace el balance de toda su vida. Ese procedimiento novelesco permite a la autora una independencia absoluta con relación a la cronología, una total libertad para disponer de los elementos de una vida. Esta vida no es examinada histórica o pragmáticamente sino –de manera esencial– según los puntos de vista que ofrece la perspectiva de ese balance definitivo. La autora quiere mostrarnos por qué a este ser magnífico, a esta artista tendida hacia lo más grande, a esta personalidad fascinante que engrandece en torno a ella el brillo y la belleza de la vida, no le han sido concedidas ni la bendición ni consagración superiores, por qué el vino de un alma humana se ha agriado, por qué esta vida rica y exuberante ha sido finalmente estéril.

Róża lleva en su alma una pequeña herida, una pequeña mordedura, en torno a la cual su naturaleza ha producido toda una estructura de talento, de pasión por la grandeza, de rechazo de los consuelos mediocres, y de heroísmo, sin poder con todo eso cerrar y cicatrizar la llaga. En su adolescencia Róża fue traicionada por su amante. Nunca pudo superar eso, nunca lo aceptó interiormente durante su larga existencia. Todo lo que hacía, todo lo que era, fue una manifestación contra eso que había tenido lugar. Su verdadera falta consistió en haber sido demasiado rígida, en haberse aferrado con obstinación a aquella posición perdida. Su heroísmo, su intransigencia, eran al mismo tiempo su falta. No quiso pactar con la vida, pasó fría, ciega, rencorosa, por un marido al que no amaba, y por todas las posibilidades que le ofrecía la vida.

Kuncewiczowa ha utilizado brillantemente en esta obra la técnica del análisis freudiano. Le confiere a ciertas palabras, a ciertas frases una poderosa carga psíquica, enlazándolas en la novela como motivos recurrentes, como urdimbres dominantes que aparecen en los momentos claves de la biografía. Estos “leitmotiv”, elementos de sustitución ocultos en los puntos de unión esenciales que estructuran esta vida, son las palabras de Michał, su primer amor: diese wunder, wunderschöne Nase, o el lied de Schubert sobre un poema de Heine. La novela está basada en el esquema de resolución de un síntoma de no–deseo. Al final de su vida, Róża encuentra un hombre que la descubre, que pone su mano sobre el nudo duramente cerrado de esta alma y lo afloja con una mano hábil y amante. Desde entonce se confirma que su vida sólo fue un error, un enmarañamiento convulsivo alrededor del primer nudo mal anudado. Este médico de almas la devuelve a la vida y al lugar mismo donde ella la ha interrumpido. Róża, liberada de su complejo, está decidida a continuar su verdadera vida, su propia vida, allí donde vivía una vida extraña, tensa, trastornada. Pero el hilo está ya devanado en el momento en que todo podría volver a comenzar. Róża muere. Antes de su muerte reniega de su existencia, que juzga un error. La autora ha pensado que debía esa satisfacción a los personajes morales que su heroína había destruido. Ese rechazo es sin embargo solamente verbal, pues en el fondo Róża no cambia nunca, y ése es el triunfo de la Kuncewiczowa artista sobre la Kuncewiczowa moralista. Nosotros no queremos que Róża cambie. La satisfacción estética producida por este excelente retrato es tan grande que lo aprobamos como manifestación espléndida de una fuerza inagotable del ser, a la que nosotros no hubiésemos querido renunciar.

El libro de Kuncewiczowa es un retrato en el sentido más elevado de la palabra. Podríamos decir que ha alargado el territorio de la caracterología, que ha creado una concepción nueva, de un fondo y extensión hasta ahora desconocidos. Ya la misma intención, el proyecto, son imponentes. Kuncewiczowa ha hecho de su retrato una suma del conocimiento humano, y aún más: los rayos luminosos que ha concentrado sobre este retrato se expanden como de un fuego poderoso por el territorio de las cuestiones irrevocables de la vida. Ese vasto programa ha sido plenamente desarrollado. Habrá que consagrar un capítulo especial al virtuosismo de la forma en Kuncewiczowa, que culmina en transposiciones musicales de una belleza inigualable. Kuncewiczowa alcanza aquí las cumbres del lirismo más puro, la esencia misma de la poesía.


Primera edición:
Tygodnik Ilustrowany, nº 3, 1936 [la reseña es un comentario sobre Cudzoziemka (La Extranjera) de Maria Kuncewiczowa (1899-1989), editorial Rój, Warszawa 1936]

Reimpresión:
Bruno Schulz, Proza, Kraków 1973, 2ª ed., p. 341-344.


[Bruno Schulz Un nuevo libro de Kuncewiczowa en: Ensayos críticos, Maldoror ediciones, Vigo 2004, 147 p.
Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck]





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