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Un nuevo poeta


Estoy lejos de ser especialista en la materia, y si he decidido hablar de este gran poema, no es como lector o crítico profesional, sino como habitante de la misma región epiritual; como testigo, igualmente, de las mismas fuentes de donde brota esta poesía, uno de los iniciados, de los confidentes, que ha visto con sus propios ojos el lugar al que se une, y el lugar donde también se separa de la vida, del paisaje, para emprender el vuelo en su propia esfera. Lo que me une a este poeta no es sólo el mismo país natal, la misma región terrestre. Si existe una geografía espiritual, si en el mundo interior ocupamos ese círculo, esa esfera, nuestros confines son próximos, nuestros universos están sumidos en el mismo clima, el aura de las mismas regiones nos rodea con el mismo soplo. Es esta proximidad la que me concede el derecho a tomar la palabra al respecto: con el deber de testimoniar y decir por qué esta poesía me seduce y subyuga.

La esencia de la poesía de Juliusz Wit, lo que tiene de más personal y específico, aparecerá quizá con más fuerza si la comparamos con la vanguardia polaca, a la que pertenece en muchos aspectos. La vanguardia ha liberado el instrumento, el lenguaje, de los lugares comunes y del imaginario costumbrista; ha limpiado el lenguaje poético de las antiguas filiaciones, de los viejos tropismos, y desplazado el plano de la recepción hacia niveles más profundos de la sensibilidad. Ese trabajo se llevó a cabo no tanto por la presión de los nuevos modos de ser como por la conciencia de una nueva especie de realidad poética. Por lo tanto, basándose en premisas teóricas innovadoras, vino a suponer una reconstrucción del elemento poético. Se mezclaban la pasión por la experimentación, una curiosidad de laboratorio, el gusto profundo y la angustia de una experiencia reveladora, y sus sorpresas. La vanguardia poética ha preparado así el terreno para una nueva generación de poetas, que ahora aparece.

Considero a Juliusz Wit como uno de los herederos de esa experiencia literaria. Pero el vanguardismo de Wit está lejos de cualquier idea de programa, de cualquier carácter metódicamente experimental. Es en él una premisa inconsciente, o un resultado no premeditado, el producto secundario de un canto nuevo y de un nuevo pensamiento, pasando por labios verdaderamente nuevos. Sorprende en él la ausencia de cualquier inclinación por el virtuosismo. Ignora los encantos del juego y la diversión poética; es contrario a las tentaciones del experimentalismo. Si el mito de una implacable tiranía de la inspiración tiene alguna sombra de verdad –los poemas asaltando como arpías, en su versión lúgubre y trágica, el alma del poeta–, encuentra aquí una ilustración sorprendente e incontestable. Lejos de dominar su instrumento de manera soberana, con juegos de virtuoso, encuentra más bien su fuerza en la obediencia, en el testimonio fiel y de una exactitud rigurosa, y, a través de la fantasía, nos ofrece su bagaje, bien sea la felicidad o la beatitud, o el dolor y la tristeza. Poeta, él sabe callarse con un silencio inquebrantable, en tanto que no se deje oir en él la voz a la que obedece.

A decir verdad, esta naturaleza difícil, pesadamente tributaria de fuerzas imposibles de gobernar, predestina a ser poeta en un sentido distinto y más trágico que el del hermoso virtuosismo de los talentos felices. Yo no quiero subestimar este tipo de poesía, que también tiene sus límites y sus defectos, aunque se acompañe casi necesariamente de una severa, seria y a veces terrible autenticidad. Sin embargo, podríamos arriesgar la idea de que esta poesía es lo que verdaderamente justifica, como un logro esencial, la vanguardia, una flor que brota ahí como sobre la vara seca de Aarón. La vanguardia ha elaborado un nuevo instrumento, una nueva sintaxis, y he aquí que aparece alguien que hace entrar en ese nuevo elemento, –aparentemente artificioso–, la circulación de la sangre vital; que habla, simplemente, esta nueva lengua, sin artificio y como naturalmente, y para que esta palabra se convierta en el grito salido del fondo del corazón. Parodiando la frase de Engels sobre la dialéctica hegeliana, podríamos decir que Wit ha puesto en pie el método de una vanguardia que andaba hasta entonces de cabeza. Esta dosis de sangre caliente, de sangre vital, hace que el formalismo vanguardista pierda su lado esotérico y abandone su torre de marfil, para hacerse claro y comprensible.

En su nueva obra, Luminarias, Wit se desembaraza de casi todo el aparato y sobrecarga del arte; renuncia a la estrofa y a menudo a la rima, y se hunde entero en la palabra que arranca de las profundidades, fulgurante y magnífica en medio de los relámpagos del molde anterior. Cada palabra nace con su peso natural, su cadencia y su ritmo, y ella es piadosamente recibida del seno del elemento como el fruto que por sí mismo se separa del árbol, con la sola preocupación de que nada se pierda y nada le sea añadido. El curso de estos poemas se derrama a veces casi como las palabras de un juramento solemne repetido dócilmente, humildemente, después de un dictado anterior, y con las vacilaciones, las pausas de una respiración que sofoca su peso y su gravedad.

Se podría escribir un estudio aparte sobre la estructura de la realidad poética en Wit. Es un universo donde el proceso simbólico que otorga una significación y comunicación más profundas a las cosas se ha convertido, diríamos, en la expresión espontánea de sus flujos y desarrollos naturales. Todo aquí tiende, con una caída natural, con una gravitación propia, y sin la intervención del autor, al símbolo, a un segundo sentido y al mito. Extraña y nueva mitología, a cuya luz nos aparece la belleza del mundo, fulgurando con el barniz y el destello de los primeros días de la creación. Cuanto más simple se hace la melodía de estos poemas, más ligero el arroyo del que gota a gota brotan las palabras, y cuanto más preciosa se hace esa urdimbre, más inestimables las joyas que ruedan en su curso:


"Era primavera
La noche y la primevera eran cuerpos
Tú estabas conmigo
Como nunca antes habías estado
Yo pernoctaba en ti
La noche ardía en la luna
En los brazos
En los labios
No se apagó
Hasta que no gritó el día"

Es por lo que mi gusto se inclina sobre todo hacia los poemas puramente líricos de esta obra, a los poemas de amor y de prisión, a su única cantinela interpretada sobre una sola cuerda, después sin cuerda, como en el aire, con la única melodía del movimiento de las cosas:


"El mundo es claro
Más allá del río
Más allá de la montaña;
Cristal transparente de la noche

Lejano
Abiertos sus confines por un mapa luminoso
Como si el mundo
Por primera vez abriese sus párpados

Esa noche de entonces en Stróża
Salías a cantar en luna llena,
Cantante sombría como la curva de una pestaña"

Es difícil formular en lenguaje discursivo el destello y la magia llameante de las imágenes que arden en los poemas de Wit. En el fondo, los miro como un libro que se consume, cambia de forma entre las llamas y deviene aéreo; como si el texto entrara todo entero en la llama, y yo mismo ardiese, para acabar, con ellas, feliz y deslumbrado:


"De noche
Cuando sombría te entregabas al sueño
Yo permanecía insomne
La luna deslumbraba mi rostro
Zorro azafranado y brillante,
Y ardiendo como el fuego"

Estas son imágenes y figuras nacidas por primera vez, procedentes de regiones ignoradas del mundo interior; éstas entre otras, sacadas de los confines oscuros del apohelium interior, con su simbolismo extraño, como el fascinante poema “Fruto” o el titulado “Fuga”. A decir verdad, habría que citarlo todo para mostrar la riqueza de esta inestimable, sabrosa carne poética:


"El viento negro orquesta los árboles
Armado de fagots y trompetas fatídicas
Los árboles sacuden el susurro de la noche
El coro ulula
En esta noche enferma con un canto que asciende
Más alto
Y aún más hondo"


Primera edición:
Sygnały, nº 23, 1936 [comentario al libro de poemas Lampy (Luminarias), de Juliusz Wit (1902-1942), editorial Gustaw Gebethner i Robert Wolff, Warszawa 1936]

Reedición:
Bruno Schulz, Proza, p. 337-340.





[Bruno Schulz Un nuevo poeta en: Ensayos críticos, Maldoror ediciones, Vigo 2004, 147 p.
Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck]





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