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Esta obra es una tentativa por reflejar la historia de una familia –de una casa– de provincias, no a partir de elementos y acontecimientos reales, de caracteres o destinos verdaderos, sino a través de una búsqueda más profunda de su sentido último y mítico.
El autor ha creído que no era posible llegar al fondo de una biografía, a la forma última de un destino, sirviéndose de la descripción exterior, o del análisis psicológico, por muy atinado que éste fuese. Los datos últimos de una vida humana se sitúan, piensa, en una dimensión completamente distinta del espíritu; no en la categoría de los hechos, sino en la de su significación espiritual. Porque una biografía que tiende a expresar, de la manera más aguda, su significación espiritual, toca el mito. Esa atmósfera sombría y colmada de presentimientos, esa aura que se condensa en torno a cualquier historia familiar y que arroja sobre ella resplandores de relámpago, portadoras, míticamente, del secreto de una sangre y un linaje, le abre al poeta un acceso al otro rostro que es aquí la capa más profunda.

El autor se siente aquí cercano a los sentimientos del mundo antiguo; traslada, cree, su creación –mundo imaginario, trama del relato– a la concepción pagana de la vida. Para los antiguos ¿no se sumían las genealogías familiares, cuando la mirada retrospectiva abarcaba una o dos generaciones, en el mito?

Sin embargo, lo que ha sido representado en esta obra no desvela una mitología consolidada culturalmente, históricamente sellada. Los elementos de una palabra mítica surgen ahí de la región oscura de las primeras imaginaciones infantiles, de los presentimientos y temores que en el despertar de la vida son la cuna del pensamiento mítico. Merecía la pena concentrar esa nebulosa en un mundo coherente de leyendas cargadas de sentido, y permitir que madurase hasta devenir una especie de mitología personal y privada, sin perder por ello su fundamento de real.

En el centro de la acción, «el padre», un personaje enigmático, comerciante de profesión, a la cabeza de una tienda de tejidos, y que gobierna a una caterva de vendedores ignaros y pelirrojos. Lo vemos atormentado por una búsqueda sin fin, colmado de profunda angustia por un secreto que se hurta eternamente, atacando y hurgando sin cesar la esencia de las cosas, con experiencias cada vez más arriesgadas. Estaba escrito en el destino de ese hombre probado, perseguido, que habría de cultivar solitariamente una meditación sobre la salvación del mundo en medio de seres indiferentes y estúpidos, insensibles a su tormento metafísico, y casi sucumbir bajo el peso de esa misión. Sus dudosas experiencias, su herética búsqueda, tocan las raíces del misterio del mundo. Se ve sometido a una constante tentación por manipular con mano perversa los nudos secretos que aseguran la coherencia del mundo, por cosquillear su enigma con dedos curiosos y provocadores en el lugar más sensible.

“Padre” de una familia innumerable de pájaros que educa en un lugar retirado de la casa, deja volar bandadas multicolores de pavos reales, faisanes y pelícanos, a través de las ventanas hacia cielo de la noche, lugar de sus migraciones, de sus vuelos y rumbos, hasta que la sirvienta, Adela, su archi-enemiga, dispersa a los cuatro puntos cardinales el nubarrón de volátiles. Comienza entonces lentamente a deteriorarse, a secarse, a disminuir cada día, a través de las habitaciones vacías, con juegos fútiles, con un cacareo y balbuceo absurdos, y acaba por perderse en la inmensa casa de sus primos, donde quizá conserva una aparente existencia, pero bajo la forma de un enorme cóndor disecado. Después aparece una noche, para una breve visita, en la casa familiar bajo la forma de un viajante en desplazamiento por asuntos comerciales.

En el eterno conflicto con la tribu de cucarachas que un día invade la casa con su hormiguero negro, se encuentra sin saberlo, a consecuencia del odio que lo devora, arrastrado a esos laberintos del sentimiento donde la aversión acaba por transformarse en una seducción imprevista, y, poco a poco, comienza a adoptar las maneras y el estilo de vida de la especie detestada. El autor le permite, a pesar de esas metamorfosis, un regreso a sí mismo cada vez con más frecuencia, y nuevamente lo vemos exponer un tratado sobre las marionetas, los maniquíes y “la demiurgia herética” ante un auditorio de jóvenes costureras, erudita disertación donde contesta el derecho exclusivo del demiurgo a la creación y vislumbra el proceso de creación de la vida según métodos heréticos y perversos.

Así, el autor le permite seguir su camino singular de una aventura, de una derrota, a otra –en medio de los otros personajes y acontecimientos de la obra–, por los sorprendentes paisajes que rodean de configuraciones cada vez más nuevas sus iniciativas.


[Bruno Schulz Exposé de Las tiendas de canela fina en: Ensayos críticos, Maldoror ediciones, Vigo 2004, 147 p.
Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck]






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