A Stanisław Ignacy Witkiewicz Stanisław Ignacy Witkiewicz (1885-1939), uno de los más brillantes artistas polacos del siglo XX, pintor, dramaturgo, prosista, filósofo, teórico del arte. Autor de obras profundamente innovadoras, sobre todo en el ámbito del teatro. Fue el primer entusiasta de la obra literaria de Bruno Schulz, no dudando en declarar públicamente que el autor de Las Tiendas de Canela Fina era uno de los más eminentes artistas contemporáneos, en una época en que su obra sólo encontraba eco en los restringidos círculos literarios y paraliterarios; por entonces, ninguno de aquellos que habían aceptado publicar sus obras, comprendidos los que afirmaban rotundamente las cualidades de la misma, habían entrevisto aún su valor real. Witkiewicz se suicidió el 18 de septiembre de 1939 al saber que el Ejército rojo había entrado en Polonia. Numerosas cartas escritas por Schulz a Witkiewicz se quemaron en Varsovia durante la resistencia, el asedio y bombardeo de la ciudad en septiembre de 1939; una sola carta ha podido ser salvada de la destrucción: la misma fue hallada en la casa del artista –en Zakopane–, y se encuentra actualmente en el Museo de Literatura de Varsovia. La segunda carta es, de hecho, un texto destinado a la publicación. 62 Drohobycz, 12 de abril 1934 Querido señor, El jueves santo envié a su dirección personal un manuscrito acompañado de 14 ilustraciones y aún no sé si lo ha recibido. Su silencio me turba e inquieta. Temo haberle vejado por el tono de bufonada fantástica que empleé en mi última misiva –un tono que imitaba de alguna manera el de sus cartas. ¿Quizá se trata de un privilegio que usted se reserva? Me sentiría desconsolado si, por esa razón, he podido herirle. De algún modo, mi fantasía, mi forma y mi vena literaria confinan como las suyas con una cierta aberración: ese estilo se caracteriza por una tendencia a la burla, a la bufonada, a la auto-ironía. ¿Quién, mejor que usted, podría comprenderme? ¡No, no quiero creer que es eso lo que le ha molestado! Le quedaría muy reconocido si pudiese poner fin a mis remordimientos asegurándome que no está enfadado conmigo, que nada ha cambiado en nuestras relaciones. Pasé una semana en Varsovia. He decidido solicitar una excedencia de un año, y pasarla en parte en Varsovia, en parte en Zakopane. Me he procurado sus obras –editadas por Hoesick– en la “Casa del libro polaco”, y no puede imaginarse hasta qué punto me alegré por ello. Con mis mejores sentimientos. Bruno Schulz 63 Bruno Schulz a S. I. Witkiewicz(1) (sin fecha) Comencé a dibujar hace mucho tiempo: la historia de mi vocación se pierde en una especie de bruma mitológica. Yo todavía no sabía hablar cuando ya cubría de garabatos papeles y márgenes de periódicos; ya esos primeros intentos despertaron la atención de mi entorno. Al comienzo yo sólo dibujaba coches de caballos. Viajar en calesa me parecía un acontecimiento de la más alta importancia, cargado de todo un simbolismo secreto. Cuando tenía seis o siete años, volvía una y otra vez a mis dibujos la imagen de una calesa que, con la capota alzada y las linternas encendidas, salía de un bosque nocturno. Esa imagen pertenece al caudal fijo de mi imaginación, es una especie de centro de gravedad de innumerables vías que –ramificándose– van en las direcciones más diversas y se pierden en alguna parte en el infinito. Hasta hoy, aún no he agotado su contenido metafísico. La visión de un caballo de tiro no ha perdido para mí su poder de fascinación, continúa siendo turbadora. Su anatomía esquizoide, con todas las extremidades llenas de ángulos, nudos y prominencias, parece haber sido detenida en su desarrollo, cuando la misma intentaba desarrollarse y ramificar. La calesa es también una creación esquizoide, salida del mismo principio anatómico: una estructura fantástica, fuertemente membrada, hecha de chapas curvadas como aletas, de cuero equino y enormes ruedas tintineantes. |