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ALEKSANDR SOKUROV



Alexander Sokurov was born in 1951 in Russia in the village of Podorvikha (Irkutsk district). His father was a military officer, a veteran of World War II. During Sokurov's childhood his family frequently moved from one place to another, thus he first went to school in Poland and graduated in Turkmenia.

After graduating from high school in 1968, the future filmmaker entered Gorky University (Department of History). While a student he began working as a staff member for the Gorky television — first as a producer's technical assistant and later as a producer's assistant. During his work at the television station Sokurov obtained wide experience in film and television technology; and, at the age of 19, he made his first television shows as a producer. In the course of 6 years at the Gorky television Sokurov created several films and live TV shows.

In 1974 he got his first degree in History from the Gorky University.

In 1975 Sokurov entered the Producer's Department at the All-Union Cinematography Institute (VGIK, Moscow) (Documentary Film studio of Alexander Zguridi).

As an excellent student of VGIK he was granted the Eisenstein Scholarship.

In 1979 Sokurov had to pass external exams and to graduate from VGIK one year early because of his conflict with the administration of the Institute and the leadership of Goskino (State Office of Cinematography): his student works in cinematography were deemed unacceptable, and he was accused of formalism and anti-Soviet views.

His first feature film, which later received a number of awards, was “The Lonely Voice of a Man,” after an original story by the Russian writer Andrey Platonov; it was not accepted as a graduating project. It was at that time that he received support from the outstanding film director Andrey Tarkovsky, who was out of favor with the authorities at that time and very highly appreciated Sokurov's first work. Sokurov's friendship with Tarkovsky did not come to an end even when the latter left Russia.

With Tarkovsky's recommendation letter Sokurov was employed by the film studio “Lenfilm” in 1980, where he worked on his first feature films. At the same time Sokurov worked at the Leningrad Studio for Documentary Films, where he has made all of his documentaries at different times.

Even Sokurov's first films in Leningrad caused negative feedback from the communist party leadership of the city and from the Goskino. For a long time (until the period of democratic reforms in the mid-80s) none of his films were approved for public screening by Soviet censors.

In the late 80s a number of his early feature and documentary films were released for public performance and represented the Russian film industry at many international festivals. In the 80–90s he sometimes made several feature and documentary films in one year.

At the same time Sokurov was involved in non-commercial programs for youth on the radio and taught a class in Film Directing for young people at the Lenfilm Studio. In 1998–1999 he conducted a television show, “Ostrov Sokurova” (Sokurov's Island) where the issue of the place of cinematography in modern culture was raised.

In the mid-90s together with his colleagues Sokurov began to familiarize himself with video technologies. This process continues today. The filmmaker has produced a number of documentary films. Several of them were made in Japan for Japanese TV companies due to the enthusiasm and generosity of Sokurov's Japanese friends.

He has been a participant and laureate of many international festivals. Every year his films are shown in various foreign countries.

Several times he has received awards from international festivals: the FIPRESSI Award, the Tarkovsky Award, the Russian State Award (1997) and the Vatican Award, “Third Millennium” (1998).

In 1995 the European Film Academy listed Sokurov as being among the best 100 directors of world cinema.

At the present moment he is in the process of founding a film studio, “Bereg,” for non-commercial feature and documentary films. The foundation for this venture is laid by Sokurov's camera crew at “Lenfilm”. The studio has no governmental or private funding.

— The Island of Sokurov





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Aleksandr Sokurov nace el 14 de junio de 1951 en Podorvikha, pequeña aldea siberiana hoy desaparecida bajo las aguas. Su padre es oficial del ejército soviético y su destino varía con frecuencia.

El pequeño Aleksandr conoce entonces los remotos territorios del Turkmenistán, a los que retornará para rodar Días de eclipse.

A pesar de la escasa tradición humanista familiar, el joven Sokurov ingresa en la universidad de Gorki para cursar estudios de historia. Combina los estudios con una voraz afición literaria por los clásicos rusos. Dostoyevski, Chéjov, Gogol, Gorki dibujan los contornos de su imaginario, indudablemente ligado no sólo a la literatura sino a la pintura y la música del XIX. Dicha influencia cristalizará persistentemente a lo largo de su obra y muy especialmente en Páginas escondidas . Su afición literaria se alimenta igualmente de la escucha radiofónica. Sigue con gran interés las retransmisiones de teatro ruso, seguramente su primer contacto con el mundo de la dramaturgia y los actores. En la radio escucha a Wagner, Scarlatti y otros músicos de referencia y es probable que esa afición radiofónica explique la densidad de sus bandas de sonido, la atención que presta en sus películas al encuadre sonoro.

En 1969 empieza a trabajar en la estación de televisión local, donde pasará unos decisivos años de aprendizaje como asistente de realización de la mano del que considera su primer profesor, Yuri Bespolov. Hacia 1975 se traslada a Moscú para cursar estudios de realización en el VGIK (Instituto Estatal de Cinematografía de la Unión Soviética). En dicha escuela perfila su primer largometraje a modo de trabajo de licenciatura, La voz solitaria del hombre (1978-1987). La película no causa buena impresión ni en la escuela ni en las autoridades gubernamentales y permanece inédita hasta su redescubrimiento en el festival de Locarno de 1987, donde se alza con el Leopardo de Bronce.

En los primeros 80 Sokurov se traslada a San Petersburgo y comienza su relación con los estudios Lenfilm, plataforma de despegue de su obra, particularmente escorada hacia una personal aproximación al documental. Su cine se sustancia ya en una exploración de formas ensayísticas, con predilección por la elegía, suerte de cinematográfica emanación melancólica que suspende la realidad y la historia en un halo fantasmático. Sokurov aprende que “las imágenes son también ideas”, aserto de cine-pensamiento que se propaga por su sistema fílmico. El trabajo sobre los intervalos y fricciones entre imagen documental e imagen ficticia, materia y espíritu o banda sonora-banda visual dominan su obra y se ven muy claramente en su largometraje Dolorosa Indiferencia (1983-1987), sobre texto de George Bernard Shaw.

Apenas sorteados sus problemas con la censura soviética, en plena apertura del régimen de Gorbachov, se revela para el público internacional con una fulgurante adaptación de los hermanos Strugatski, Días de eclipse (1988). Se querrá ver en este film la metáfora política de un sistema agonizante, condición que parece refrendada por la siguiente incursión ensayística, Elegía Soviética (1990). Lejos del panfleto político cabe ver en este díptico, de películas tan alejadas como cercanas, un auténtica plasmación de un estado de espíritu, el del propio cineasta enfrentado a un momento de la historia de su país.

A partir de aquí Sokurov trabaja incansablemente, alternando sus incursiones en el cine de ficción, por así decir, con su faceta más documental. Aborda la tradición literaria del XIX en Salva y protege (1989), personal adaptación de Madame Bovary de Flaubert; en La piedra (1992), a modo de diálogo espectral con Chéjov; y muy especialmente en Páginas escondidas (1993), confrontación con los grandes de la literatura rusa, con especial atención a Crimen y castigo, de Dostoyevski.

En 1995 utiliza por primera vez el video en Voces espirituales, poema documental de varias horas de duración sobre un batallón del ejército ruso estacionado en territorio fronterizo. En él trabaja Sokurov la soledad del ser humano en un universo en suspensión, un espacio problematizado, vaporoso, y una noción de tiempo anclada entre una fantasmal espera y un tránsito infinitesimal. Dicha pieza le confirma como una de las miradas que extiende las posibilidades artísticas del audiovisual y, al cabo, le hará ingresar en los museos.

La confirmación de su cine como gran arte, con estrechas ligazones con la pintura y la poesía, no hará más que evidenciarse en Madre e hijo (1997), primer jalón de una trilogía que se presenta como definitivo manifiesto estético de la ambición totalizadora del programa cinematográfico de Sokurov, a través de la minuciosa plasmación pictórica de un alma en tránsito hacia la muerte y otra abrumada por la soledad y la separación humana de las instancias superiores. Padre e hijo (2003) prosigue el camino iniciado en la anterior por senderos estéticos diferentes aunque no menos emocionantes.

Definitivamente instalado en las retinas cinéfilas como cineasta principal de nuestra contemporaneidad, lejos de acomodarse, se vuelca en una arriesgada confrontación con la historia de nuestro siglo, agitada por los fantasmas de sus dictadores, en una tetralogía que contempla, por el momento, films singulares como Moloch (1999), Taurus (2000) y El sol (2004), sobre las figuras de Hitler, Lenin e Hiro-Hito.

Premiado y reconocido por doquier, en 2002 firma una obra clave, que inventa un dispositivo y deja ver cómo las ideas cinematográficas encuentran su plasmación en formas nuevas. El Arca Rusa es una obra maestra que dibuja el espectral desplazamiento, en un plano sin cortes, filmado en steadicam, de un cineasta por un museo, el Hermitage, y unas historias cruzadas, las de Rusia y Europa. La dialéctica magistral entre tránsito y suspensión que recorre toda la obra de Sokurov se recoge con especial acierto en esta definitiva conjugación de las esferas visible e invisible en una obra cinematográfica.

Entre tanto, sus aproximaciones videográficas en forma de elegía o ensayo no hacen más que ahondar en el camino de una exploración cuyo objetivo es “desarrollar al hombre y abrirle horizontes que están más allá de los que Dios le dio al principio”. El reto no es pequeño. Su obra no lo desmerece.

Fran Benavente

— intermedio