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SARANE ALEXANDRIAN



Sarane Alexandrian est né à Bagdad en 1927, où son père était le stomatologiste du roi Fayçal 1er. Durant son adolescence en France, il participe, à seize ans, à la Résistance dans le Limousin. À la même période, il est initié au dadaïsme et au non-conformisme par le dadasophe Raoul Hausmann.

À vingt ans, à Paris, il devient « le bras droit d’André Breton », selon l’opinion publique, et «le théoricien n°2 du surréalisme». André Breton lui confia d’ailleurs la direction du secrétariat de Cause, avec Georges Henein et Henri Pastoureau, pour répondre à l’afflux des jeunes candidats au groupe surréaliste venus du monde entier. Co-fondateur, en 1948, de la revue Néon et porte-parole du «Contre-groupe H» qui se regroupe autour de Victor Brauner, Alexandrian devient le chef de file de la jeune garde surréaliste (Stanislas Rodanski, Claude Tarnaud, Alain Jouffroy, Jean-Dominique Rey…), des novateurs, qui s’opposent aux orthodoxes du mouvement, en situant le surréalisme «au-delà des idées » et en accordant la priorité au « sensible». La «rupture» avec André Breton intervint en octobre 1948, mais ne remit jamais en cause son estime et son admiration pour le fondateur du surréalisme. Depuis lors, l’importance, comme l’influence, de Sarane Alexandrian, n’ont pas tant reposé sur son activité au sein du groupe surréaliste, que sur sa démarche de continuité et de dépassement de ce mouvement.

Romancier, essayiste, historien d’art, journaliste (L’Oeil, L’Express) et fondateur, en 1995, de la revue d’avant-garde Supérieur Inconnu, (dont le numéro spécial sur «l’Art de vivre » paraîtra fin septembre 2009), Sarane Alexandrian, a publié de nombreux livres, dont certains ont connu un succès international : "Le Surréalisme et le rêve" (Gallimard, 1974), "Histoire de la philosophie occulte" (Seghers, 1983), "Histoire de la littérature érotique" (Seghers, 1989). Ses romans «d’aventures mentales», comme ses nouvelles, imbibées de poésie, sont de véritables mythes modernes écrits en autohypnose. Toutes ses œuvres de fiction, véritables poèmes en prose, sont fondées sur le principe de la métaphore en action. "Les Terres fortunées du songe", avec dix-huit dessins de Jacques Hérold, (Galilée, 1980), est indéniablement le chef-d’œuvre de sa création, et l’une des plus hautes cimes de la prose surréaliste. Il s’agit d’un roman mythique absolument inclassable, ni science-fiction, ni allégorie, ni récit fantastique traditionnel, ni satire d’humour noir, mais tenant de tout cela ensemble. Sa dernière publication aura été "Les Peintres surréalistes" (Anna Graham, New-York –Paris, 2009), somme dans laquelle il démontre qu’il est l’un des meilleurs connaisseurs de l’art surréaliste.

Il est décédé le 11 septembre 2009, à Ivry-sur-Seine.

— Printemps des poètes



Homenaje a Sarane Alexandrian



La revista de Sarane Alexandrian Supérieur Inconnu, que desde el año 1995 fue de lo poco valioso que ofreció el panorama cultural europeo, cierra su periplo con el n. 5 de su tercera serie. En total, 30 nn.: 21 en la primera serie, de 1995 a 2001; 4 en la segunda, 2005-2006; y 5 en la última, 2007-2011. Todos ellos con una fuerte impronta surrealista.

Este número final, como tenía que ser, es un homenaje al director de la revista, desaparecido hace ahora dos años. Lo publica la asociación Les Hommes sans Épaules (les.hse@orange.fr).

La portada es de Madeleine Novarina, la que fue compañera de Alexandrian y con quien fue él enterrado. A la relación entre ambos dedica un bello trabajo Christophe Dauphin, valiéndose precisamente del título de la obra en portada: Pareja heroica haciendo frente a todo. Madeleine y Sarane. Y sobre Madeleine leemos unas páginas del propio Alexandrian: “Madeleine Novarina poetisa”, seguido de cuatro poemas de ella. Los textos inéditos de Alexandrian son uno de los mayores motivos de interés de la revista, entre ellos tres pertenecientes a su libro Ideas para un arte de vivir (que esperamos ver publicado pronto): “La creación novelística”, “Ontología de la muerte” y “Consideraciones sobre el mundo oculto”. Los otros son unas respuestas fílmicas al sobrino de Madeleine, el experto en sueños Virgile Novarina (sobre sus novelas, sus ensayos, las revistas Néon y Supérieur Inconnu y sus obras póstumas), y unas páginas en torno a su pieza teatral Sócrates me ha dicho, escenificada en 2008.

El número se abre con el balance que hace César Birène de la propia revista, señalando entre otras cosas su posición encontrada con el “dogmatismo universitario”, y con la semblanza esencial que de Alexandrian hace su biógrafo, Christophe Dauphin, a quien debemos el excelente volumen de la Bibliothèque Melusine Sarane Alexandrian ou Le grand défi de l’imaginaire. Dauphin, además, es el director de la revista en este número último.

Sobre Alexandrian escriben artículos y notas Jean-Dominique Rey, Lou Dubois, Jean Binder, Constantin Makris, Odile Cohen-Abbas, Paul Sanda, Nina Zivancevic, Marc Kober, Barasab Nicolau, Gérald Messadié, Marc Janson, François Py, Michel Perdrial, Fabrice Pascaud, Jehan Van Langhenhoven y –desentonando algo– Margaret Montagne. Destaquemos el magnífico abordaje que hace Paul Sanda de la figura del Maestro desde el esoterismo tradicional, el estudio de sus escritos de arte por Jean Binder, la narración por Constantin Makris de una visita con Alexandrian al museo Gustave Moreau y el artículo de Marc Kober, titulado “La tribuna del sueño”. En el texto de Nina Zivancevic, nos entusiasmamos al referirnos la intempestiva intervención de Alexandrian en el Centro Comercial Pompidou, cuando los miserables de turno se permitieron rebajar a Ghérasim Luca: “¡Ustedes no tienen derecho a vejar a mi amigo! ¡A causa de gente como ustedes, Luca ha muerto!”. Expulsado del local, Alexandrian se fue con sus acompañantes al Cavalier Bleu a beber champán. ¡Admirable! ¡Qué bueno es ser un hombre de su envergadura expulsado de tal lugar!

En forma poética lo homenajean Matthieu Baumier, Jean Barral, Gwen Garnier-Duguy y Olivier Salon, y en forma epistolar Jean-Clarence Lambert, Pierre Pinoncelli y Gregoire Lacroix. A su vez, se reproducen tres cartas a él dirigidas por André Breton, una por Malcolm de Chazal y otra por Jean Hélion. En este terreno, también hay dos muestras del maravilloso correo de Lou Dubois, que ha sabido convertir en poesía algo tan banal como el sobre de una carta amistosa –y además en la era de su desaparición.

Las ilustraciones son numerosas, sin que falte ninguno de sus últimos amigos (Ljuba, Virginia Tentindó, Miguel de Carvalho, Lucien Coutaud, Marc Janson, Lionel Lathuille, Myriam Bat-Yosef, Roselyne Gigot, Olivier O. Olivier, Lionel Lathuille) ni el dibujo de Victor Brauner dedicado “au Grand Crichant de la demonotalismanie de la dignité poétique Sarane Alexandrian”. La aguada de Marc Janson lleva por título L’aventure en soi: hommage à Sarane Alexandrian, y de la espléndida Virginia Tentindó, aparte la foto de una de sus esculturas, vemos el anillo que hizo para él en el año 2000. En suma, el mejor homenaje imaginable a nuestro querido Sarane Alexandrian.


Sarane Alexandrian deja k.o. a Alain Jouffroy

Al llegar a la página 51 de este homenaje a Alexandrian, uno no da crédito a la inclusión de una detestable entrevista hecha a Alain Jouffroy sobre Alexandrian. Dechado de bilis y de rencor, evidencia el deseo por parte del entrevistado de denigrar lo más posible al que fue su amigo. Aunque Jouffroy aún colaboró en la segunda serie de la revista, algún comentario nos llegó de que ambos habían tenido una rencilla cualquiera.

Jouffroy lo retrata asistiendo a las reuniones del grupo surrealista en 1947: “muy burgués, solemne, más bien untuoso, ceremonioso y muy presuntuoso”. Dice que quería ser Diderot, pero que (por desgracia para él, a juicio de Jouffroy) no pudo serlo (para nosotros, por fortuna), y lo acusa a renglón seguido de no haber leído ni a Sartre (¡!) ni a Merleau-Ponty (¡!) (y de haber leído demasiado tarde a Heidegger...). Parece que estamos ante una página del profesor Bonnefoy cuando se pone a acusar a Breton de no haber leído esto o aquello. Y también, como ocurre con Bonnefoy, nos preguntamos si Jouffroy no sabe lo que es un espejo.

Sigue su lamento porque haya hablado siempre bien de Brauner (de nuevo le falta el espejo, ya que su propia crítica de arte está llena de celebraciones) y porque desconociera “bizarramente” a Bellmer, toda una mentira, ya que incluso escribió una monografía sobre él. La miseria continúa al desvalorizar sus libros sobre erotismo: “alimenticios”, a excepción de Los liberadores del amor. De broche, critica que Supérieur Inconnu haya sido demasiado “surrealista”, es decir, lo contrario de lo que otros han dicho. Ni mucho menos giraba la revista “casi exclusivamente en torno al dadaísmo y al surrealismo”, algo que por cierto hubiera sido nuestro deseo, ya que, en efecto, la revista se abría a espacios por completo ajenos al surrealismo. En fin, Alexandrian “soportaba mal las contradicciones que se le podían aportar”. ¿Y Jouffroy? ¿Cómo ha soportado que Radovan Ivsic lo haya llamado “criptoestalinista”, o los buenos garrotazos que se llevó cuando se puso a reconciliar post-mortem a Breton con el infame Louis Aragon?

Uno se asombra, en medio de la celebración que sus amigos hacen de alguien desaparecido, por esta estúpida entrevista. Pero la explicación llega en el acto. A la página siguiente la tenemos: una soberbia carta de Alexandrian, enviada en enero de 2007 a este personaje, llamándolo a capítulo y burlándose de él por estar regocijándose con la concesión de un premio de poesía. Y ahora entendemos que esta entrevista aparezca. Donde tiene que aparecer.

La carta de Alexandrian es formidable de cabo a rabo, y por ello la he traducido aquí:

“Querido Alain,
A la vuelta de una cura, encuentro tu mensaje en el contestador automático: «Te anuncio una buena noticia: acabo de recibir el Premio Goncourt de Poesía». Es sorprendente que tú puedas imaginar que un hombre como yo, que siempre ha hecho ostentación de su menosprecio de los premios literarios y admirado a André Breton y a Henri Michaux por haber rechazado el Gran Premio de Poesía de la Villa de París que se les quiso otorgar, pueda considerar como una «buena noticia» tal distinción.
Tanto más que no se trata del «Premio Goncourt de Poesía» (que no existe), sino de la Beca Goncourt de Poesía, que atribuye la Academia Goncourt sin financiarla, de tal modo que se la llama también «Beca Adrien Bernard». Ahora bien, una beca hay que solicitarla (como la Legión de Honor, que tú quieres hacer creer que la has recibido), y es una ayuda reservada a un debutante de gran mérito y no a un poeta de 78 años que carece de dificultades materiales. Tú usurpas pues la ayuda que serviría mejor a un poeta joven y desafortunado, y no dudas en presumir de ello. Yo no tengo nada contra los arribistas literarios, y los habrá tanto como la literatura dure. Pero cuando se trata de un hombre que ha pretendido con énfasis ser un «individualista revolucionario», y que ha hecho declaraciones altivas contra los que traicionan a «la revolución», que ha dado lecciones de modernidad íntegra a todo el mundo, resulta ridículo ir a hacer zalamerías al Centro Nacional del Libro (convertido en un lugar privilegiado de la podredumbre intelectual, denunciado como tal en el último editorial de mi revista) para recibir las felicitaciones del gran revolucionario Robert Sabatier.
Con todos los esfuerzos que has hecho para triunfar, deberías recibir el Premio Nobel, como Sully Prudhomme y Pablo Neruda. ¡Pero no has conseguido sino la Beca Goncourt de Poesía! Te presento mis condolencias.
Amistosamente,
Alexandrian.”

¡Un brindis de ese oporto que él siempre tenía en su casa para agasajar los amigos, por nuestro gran e inolvidable Alexandrian!

— Surrealismo Internacional



Sarane Alexandrian: French art historian, poet and right-hand man to André Breton



Sarane Alexandrian was a French art historian and poet, author of more than 50 books, the majority of which focused on the Surrealist movement. He was widely recognised as the right-hand man at the side of André Breton, the father of surrealism, for a brief period during the late 1940s.

Alexandrian was born in Baghdad, Iraq in 1927. His father, Vartan Alexandrian, was of Armenian origin and served as stomatologist to King Faisal I, the pan-Arabist leader. At the age of six, and following a period of illness, he was sent to Paris to stay with his maternal grandmother, Sandrine Colin.

At the outbreak of war, in September 1939, Colin moved to Peyrat-le-Château, near Limoges, together with her grandson. Alexandrian's initiation to Dada and surrealism came in the summer of 1943 when, aged 16, he met Raoul Hausmann, one of the key figures in the Berlin Dada group, who was staying in the same village as a refugee. On meeting Hausmann and hearing about his colleagues, he recalled that:

"I was completely astounded. So, here were writers who did not look for the approval of the crowd but instead acted as intrepid agitators, fighting against prejudice, defying the usual audience and throwing their books like rather dangerous paper bombs to create panic in conventional society."

Like many young men of his age during wartime, Alexandrian worked together with members of the Resistance to collect supplies parachuted into the region by the Allies. This same period saw the first publications of his poems: a sonnet, "Esprit pur", appeared on the letters page of the local weekly newspaper when he was just 14. Shortly afterwards, a patriotic piece titled "Cri du coeur d'un jeune Oriental" was printed in the magazine Unir, edited by Robert Giraud. Giraud went on to publish several more pieces by Alexandrian in his 1945 group anthology Couronne de vent, as well as articles by him on Paul Eluard and Hausmann in Unir.

Inspired by the earlier meeting with Hausmann, Alexandrian wrote to Breton in March 1947. Breton replied just two days later and suggested meeting at the Sorbonne for a conference on surrealism and politics, organised by Tristan Tzara, the one-time Dadaist. It turned out to be a stormy event, during which Breton criticised Tzara for supporting Stalinism. Alexandrian defended Breton's position versus Tzara, which led to an immediate mutual admiration, to such an extent that he soon took up the role of secretary general of the Surrealist movement.

A disagreement within the movement, during October 1948, saw the departure of Victor Brauner and Roberto Matta, and resulted subsequently in Alexandrian himself leaving the formal group. He, Brauner and Matta set up a counter group, Contre-groupe H – named after Rimbaud's poem of the same name – and contributed to the short-lived magazine N.E.O.N.

Surrealism, however, was to remain important for the rest of his life. Away from the constraints of Breton's group, Alexandrian was able to concentrate on writing about the personalities and ideas of that world which meant so much to him, without having to be involved in the day-to-day politics of the movement. So, for example, his monographs on Dali (1969), André Breton par lui-même (André Breton in his Own Words, 1971), Max Ernst (1971), Hans Bellmer (1972) and Victor Brauner (2004) were biographies of subjects whom he had still counted as his friends, even after his departure.

His most significant writing project was probably Les Terres Fortunées du Songe (The Rich Lands of the Dream, 1980), which included 18 drawings by Jacques Hérold. Whilst owing a debt to surrealism, it is an unclassifiable work, combining elements of myth, science fiction and fantasy to tell the story of a future utopian world.

The autobiographical book, L'Aventure en Soi (The Adventure within Oneself), was published in 1990. A reviewer of this work wrote enthusiastically: " ... it is also a book of love; the love of life; above all love of reading, of art, of poetry and of course the love of women."

In 1995 Alexandrian founded Supérieur Inconnu, a literary magazine based on the declared principles of "complete non-conformism" and still dedicated, for the most part, to surrealism. The periodical continued until 2001 and was revived under the same title by Alexandrian in 2005, as an irregular publication.

A comprehensive biography, Sarane Alexandrian ou le Grand Défi de L'imaginaire (Sarane Alexandrian or the Great Challenge of the Imaginary) by Christophe Dauphin, was published in 2006. Dauphin observes of Alexandrian's remarkable creativity:

"Alexandrian has always worked towards the awakening and liberation of man, taking inspiration from living poetry, dreams, magical thinking or sexual magic: that is to say the whole of life."

His last work, Les Peintures Surrealistes (Surrealist Painters), has recently been published in French and English.

Marcus Williamson

Sarane Alexandrian, art historian, writer, philosopher: born Baghdad, Iraq 15 June 1927; married 1959 Madeleine Novarina (died 1991); died Ivry-sur-Seine, France 11 September 2009.

— The Independent



Sarane Alexandrian: “El misterio en la luz”



Es más meritorio descubrir el misterio en la luz que en la sombra.
Arthur Cravan.




Aunque en las literaturas de los diferentes pueblos abundan los testimonios sobre el sueño, no ha sido sino hasta mediados del siglo XIX que se ha tenido una justa concepción de la necesidad vital del dormir y del soñar. Considerar el sueño como un medio de conocimiento del hombre interior es una idea moderna, sobre la cual, muy dificultosamente, se encuentran precedentes históricos. Sería completamente erróneo suponer que los surrealistas hubiesen representado, dentro de las corrientes del siglo XX, un orden de preocupaciones íntimas que, en cada época, hubiesen sido de una intensidad semejante, mediando en lo que respecta a sus resultados no más que criterios de calidad. Por el contrario, había sido excepcional demostrar un interés tal por el sueño, insistir de tal manera sobre todos los problemas que el sueño plantea a la realidad; antes que ellos, muy pocos se arriesgaron con una audacia parecida. En su florilegio de Trayectoria del sueño, Breton había inventariado la lista de los precursores que se reconocía el surrealismo: dos ocultistas (Jérôme Cardan, Paracelso), tres románticos alemanes (Jean Paul, Lichtenberg, Moritz), un romántico francés (Xavier Forneret), un autor ruso (Pushkin), un naïf (el matemático Lucas, quien buscaba la cuadratura del círculo); si se agregan a ellos Alfred Maury, Hervey de Saint-Denys y Freud, de quien habla por otra parte, y algunos nombres que parece haber ignorado, se tiene una lista exhaustiva que se limita a una veintena de autores. Resulta paradójico, a primera vista, que en tantos siglos de cultura no se incluyesen otros antecesores. Una rápida recapitulación de los trabajos del pasado permite apreciar, incuestionablemente, hasta qué punto los surrealistas fueron innovadores.


Del sueño natural al sueño jeroglífico.

Desde las primeras civilizaciones, la humanidad ha considerado el sueño como un enigma inquietante. Lo ha transformado a la vez en soporte para una convención literaria y en materia para una creencia supersticiosa. En todo el antiguo Oriente, como en la antigüedad grecorromana, se le ha considerado como el mensaje de un dios, quien por este medio pondría sobre aviso a los mortales sobre sus intenciones generales o acerca del destino que les reservaba. Así lo atestigua, en la Mesopotamia, uno de los textos más antiguos del mundo, la epopeya de Gilgamesh: dos sueños de Gilgamesh, que interpreta su madre Nin Sun, le predicen su encuentro con Enkidu; cuando los dos amigos se disponen a combatir al gigante Humbaba, Gilgamesh tiene otros tres sueños a través de los cuales Enkidu presagia el éxito de su empresa; antes de morir, el mismo Enkidu tiene un sueño donde el dios Enlil le anuncia su próxima muerte, y otro en el que es conducido hacia los infiernos.

El sueño es la predicción de un acontecimiento futuro, pero es necesario aprender a descifrar su significado; tal será la tarea a ejercer por la onirocrítica, ciencia ya constituída en la época asiriobabilónica. El Libro de los sueños de la biblioteca de Asurbanipal, serie de tabletas halladas en las ruinas de su palacio de Nínive, examinaba todas las situaciones posibles; si alguno había tenido un sueño en el que se trepaba a una palmera, o viajaba, o se echaba a volar, o recibía un objeto, o comía un determinado manjar, su caso había sido previsto. Se recomendaba todo un ritual para preservarse de las consecuencias de los malos sueños. El mesopotámico debía frotarse todo el cuerpo con un pedazo de arcilla, que absorbía la mancha impregnada por el sueño, y arrojar este arcilla en el agua pronunciando un conjuro. Si no recordaba lo que había soñado, de todas maneras se ponía bajo los auspicios de los ritos purificadores, a fin de prevenir toda sorpresa desagradable. Se encuentran diseminadas tales prescripciones, con algunas variantes, casi en todas partes. En Egipto, el papiro Cheaster Beaty III enumera el repertorio de los sueños fastos y nefastos, para uso de los escribas egipcios encargados de interpretarlos. En la India, el 68º paricishsta del Atharva Veda, que contiene una Llave de los sueños según los tres temperamentos (bilioso, flemático y aéreo), aconsejaba tocar una vaca o rendir culto a las higueras sagradas, para anular un sueño desfavorable.

Grecia estableció la concepción clásica del sueño, a la cual se han remitido los autores occidentales y árabes. Muy temprano se estableció la distinción entre los sueños proféticos, los que Homero en la Odisea hizo entrar por una puerta de cuerno, mientras que los falsos sueños pasaban por una puerta de marfíl. Sus comentaristas han explicado que el cuerno (transparente) representaba el aire, y el marfil (opaco) la tierra; los sueños emanados de la tierra podían ser enviados por las almas de los muertos, cuyo mediador era Hermes. Fue tan grande la creencia en el sueño profético, que la práctica de su incubación llegó a generalizarse; los enfermos iban a recostarse en los templos de las divinidades medicinales, en vista de obtener sueños que favoreciesen su restablecimiento. Los asclepiones, o templos de Esculapio, nunca estaban vacíos, siendo los más célebres los de Cos, Pérgamo y Epidauro; el enfermo, encerrado en un abaton («lugar reservado para los invitados»), se dormía después de realizar abluciones y sacrificios, y no se le consideraba curado hasta que Esculapio se le aparecía en persona, o bajo la forma de un perro, una serpiente, o su hija Higía.

Artemidoro, en su Onirocrítica, divide los sueños en teoremáticos y alegóricos; los primeros, serían evocadores bastante precisos de un hecho que el soñador viviría poco después; los segundos, más o menos obscuros, predecirían acontecimientos que no habrían de realizarse sino al cabo de varios años. Macrobio, filósofo latino neoplatónico, expresó asimismo las convicciones de su época en un comentario erudito: «Todos los objetos que vemos en sueños pueden ser clasificados en cinco géneros diferentes, cuyos nombres son los siguientes: el sueño propiamente dicho [somnium], la visión [visio], el oráculo [oraculum], las imaginaciones oníricas [insomnium] y el espectro [visum]. Estos dos últimos géneros no merecen ser explicados, porque ellos no se prestan a la adivinación.» En efecto, Macrobio precisa que las imaginaciones oníricas reproducen simplemente las penas y pasiones de la vigilia; el espectro es una pesadilla o alucinación en la duermevela; en el oráculo, el soñador ve a un personaje importante aparecérsele para darle un consejo; en la visión, se encuentra la imagen anticipada de lo que va a suceder. En cuanto al sueño en sí mismo, comunicación divina en estilo figurado, ha sido subdividido en diversas especies y se encuentra tan plagado de obscuridades que exige el auxilio de un intérprete.

Estas ideas de la Antigüedad, se han visto perpetuadas a través de la Edad Media y el Renacimiento y han sido adaptadas al contexto cristiano. Un obispo del siglo V, Sinesios, escribió un Tratado de los sueños donde sostenía que ellos se prestaban a la adivinación y aconsejaba que cada uno aprendiese a interpretarlos por sí mismo. Pero el hombre que testimonió mejor esta actitud semipagana y semicristiana fue Jérôme Cardan, matemático, médico y astrólogo, uno de los más curiosos personajes del siglo XVI. Perseguido por sus cofrades, protegido por algunos poderosos, incesantemente cayendo en la ruina a causa de su pasión por el juego, enseñando unas veces matemáticas en la Universidad de Milán y otras medicina en la de Bolonia, Jérôme Cardan no vivió sino por los sueños y para los sueños; anotaba los suyos escrupulosamente y los interpretaba según el método de Artemidoro. Dice en su autobiografía que durante toda su infancia, a la madrugada, veía aparecer alrededor de su cama figuras espectrales; y los objetos reales le parecían como nimbados por una aureola luminosa. Se jactaba de haber recibido ocho prerrogativas al nacer: todas las veces que levantaba sus ojos hacia el cielo, veía la luna frente a él; se encontraba en medio de una disputa y jamás era herido; cuando se le alcanzaba, se levantaba inmediatamente, etc. Pero su prerrogativa más preciosa era el don de ser advertido sobre el futuro a través de los sueños. Un sueño le advertía que iría a vivir a Roma, otros le anunciaban la inmortalidad que habría de alcanzar su fama, o que el alma de su padre lo protegía. Los sueños le prescribían los medicamentos que debía administrar a sus enfermos, o lo instigaban a escribir libros, especialmente su De Subtilitate (1550).

En un comienzo, en la literatura, el sueño no ha sido sino un episodio accesorio destinado a realzar la acción o a prepararla. Seguidamente ha llegado a ser un género independiente, pero que de ningún modo ambicionaba reproducir las curiosidades del sueño, sino para servirse de él con el pretexto de introducir una situación inverosímil. Cicerón, en El sueño de Escipión, construyó una ficción partiendo de este procedimiento ya clásico: Escipión el Emiliano sueña que su abuelo el Africano se le aparece, y lo conduce al cielo para mostrarle las recompensas prometidas a los que sirven bien a su patria. No existe nada de onírico en este enojoso discurso, que es precisamente lo contrario de lo que se ve y oye cuando se duerme. Durante la Edad Media, esta tradición no deja de prosperar: no hay más que leer El Sueño del Infierno de Raoul de Houdenc, del siglo XIII, donde el poeta sueña que viaja hacia la Ciudad del Infierno, mientras pasa por la villa de la Concupiscencia y el río de la Glotonería; El Sueño del Vergel (1376), donde el autor anónimo, dormido en un vergel asiste a un debate (¡en 468 capítulos!) entre el Poder Espiritual y el Poder Temporal y no se despierta hasta el epílogo, para presentar su obra al rey Carlos V; El Sueño del Viejo Peregrino (1389) de Philippe de Mézières, que muestra al Ardiente Deseo recorriendo Occidente y Oriente en compañía de la reina Verdad.

La Hypnerotomachia de Francisco Colonna, intitulada más comúnmente El Sueño de Polífilo, y aparecida en en 1499 en Venecia, donde el autor era monje en un convento, refuerza todavía más esta convención. Una tarde, Polífilo, desesperado tras ser rechazado por Polia, cae dormido; sueña que atraviesa lugares soberbios y ruinas de mármol blanco, y que llega a la corte de la reina Eleuterilidia; encuentra a una ninfa que porta un candelero y le habla sobre los amores de los dioses, antes de hacerse conocer como Polia . Navega con ella sobre la barca de Cupido hacia la isla de Citeres, pero allí, en el momento en que ella lo engalana con una guirnalda de flores, se despierta con el canto de un ruiseñor. En esta alegoría manierista, el sueño no constituye sino un fácil argumento para describir, con arquitecturas ideales, lugares imaginarios, animados con bailes, triunfos y diversiones más bellos que en la realidad. En el siglo XVII, Los Sueños del español Francisco de Quevedo, a pesar del poder imaginativo del autor, se basan en el mismo artificio; el narrador se duerme leyendo a Job o a Lucrecio, y sueña con escenas fantásticas que son sátiras sobre la vida en España; ni por un instante existe la intención de hacernos apreciar la desorientación del espíritu en el universo onírico.

El siglo XVIII permanece fiel a este prototipo clásico, hasta el punto de que en la Enciclopedia (t. V, 1765), se encuentra esta definición:

SUEÑO (poesía), ficción que se ha empleado en todos los géneros de poesía, épica, lírica, elegíaca, dramática: en algunas, es una descripción de un sueño que el poeta finge tener, o que ha tenido; en el género dramático, esta ficción se realiza de dos maneras: a veces aparece en escena un actor que finge un profundo sueño, durante el cual le acomete una fantasía que le agita y le impulsa a hablar en voz alta; otras veces, el autor cuenta las fantasías que ha tenido durante su sueño.

Otras definiciones del sueño marcan el comienzo de la racionalización del problema; dice el autor que todo sueño comienza con una sensación, y luego prosigue con una seguidilla de actos imaginarios: «La naturaleza de la sensación, madre del sueño, determinará su especie.» Establece esta segregación que los surrealistas rechazaron con horror: «Toda nuestra vida se halla dividida en dos estados esencialmente diferentes el uno del otro. Uno de ellos es la verdad y la realidad, mientras que el otro no es nada más que engaño e ilusión.» Los enciclopedistas, enamorados de la razón, trataron el sueño con un desprecio que Diderot testimonia en el capítulo 42 de Los dijes indiscretos, donde el adivino Broculocus, quien no cree en los sueños proféticos, ofrece una explicación mecanicista de las menos convincentes.

Solamente hacia fines del siglo XVIII, con el comienzo del romanticismo alemán, nació una concepción mejor pertrechada sobre la vida interior del durmiente. Los románticos alemanes adoptaron la costumbre de referirse a sus propios sueños. Goethe relata un sueño en el Wilhelm Meister (libro VII, cap.1) que es una amplificación literaria del mencionado en una carta del 20 de diciembre de 1786 a la Sra. de Stein. Sin embargo, estos poetas no transgredieron la concepción clásica del Sueño más que para sustituirla por otras convenciones, tales como la del «sueño del cielo» de la que Jean Paul fue su especialista, el «sueño del jardín maravilloso», o el «sueño macabro» con esqueletos animados, que Ludwig Tieck evoca en sus novelas Lovell y Abdallah.

Jean Paul, a primera vista, es el gran precursor del onirismo surrealista; uno de sus exégetas ha revelado cuarenta y dos sueños narrados en sus novelas (4); publicó tres ensayos sobre la materia, y llevó un Diario de sus sueños entre 1804 y 1822. Jean Paul consideraba al sueño como una «poesía involuntaria», idea que es seductora para los modernos; pero nunca se olvidaba de haber sido estudiante de teología, de haber experimentado una iluminación mística en 1790, y sus sueños conservan un tufillo de presbiterio, de tumba recién removida y del más allá. Pensaba que el soñador era transportado a una morada ideal de las almas, donde experimentaba por anticipado las beatitudes del paraíso. De este modo, los sueños de Gustave en La Logia invisible, los de Albano en El Titán, eran grandiosas escapadas hacia las esferas superiores. Por el contrario los surrealistas no se desprendieron del mundo real, sino que trataron, sobre todo, de manejarlo hasta volverlo irreconocible. En última instancia, Jean Paul obedecía a una estética literaria; sus propios sueños anotados por él en su Carnet demuestran por comparación hasta qué punto los de sus novelas resultan alambicados.

El romanticismo francés, por su parte, aportó algunos modelos al surrealismo, pero los principios rectores en ambos casos son diferentes. Charles Nodier, en su estudio Sobre algunos fenómenos del sueño, sostiene la superioridad del sueño sobre la vigilia, pretendiendo demostrar la naturaleza religiosa del sueño; los hombres que jamás han soñado serían ateos, nos dice, y en todos los países lo maravilloso proviene de la propensión de ciertas naturalezas a la pesadilla: «Todas las religiones, con excepción de aquella cuya verdad no puede ser puesta en duda, nos han sido enseñadas a través del sueño». Por otra parte Nodier, aunque redacta Smarra o los demonios de la noche inspirándose en los sueños de su portero, según el testimonio de su hija, les inserta una imitación de Apuleyo enredando estos «sueños románticos» en una retórica vana. Estos dos defectos del romanticismo –su concepción religiosa o al menos metafísica del sueño, detectable tanto en las Cartas de un viajero de Georges Sand como en Aurelia de Nerval, o en Promontorium somni de Victor Hugo; el carácter ficticio del relato de sueño, verificable en el Viaje hacia donde gustéis de Alfred de Musset y J.-P. Stahl, o en Djoûmane de Mérimée– eran justamente aquello que el surrealismo pretendía excluir.

Los románticos representaron un progreso sobre los siglos anteriores, porque comenzaron a hacer del sueño el objeto de un estudio desinteresado. Pero siempre creyeron que existían dos tipos de sueño, unos humanos y otros divinos, a los que Baudelaire llamaba «jeroglíficos». Un hombre va a tratar de conducir el sueño hacia un único principio: Alfred Maury.[...]

— archivo surrealista